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Por: Héctor Francisco Torres

La mayoría de las organizaciones llevan a cabo ejercicios de planeación, usualmente anuales, con diferentes niveles de sofisticación, pero con el mismo propósito: definir con claridad los resultados que se espera conseguir, establecer metas específicas para las diferentes funciones de la empresa y asignar responsabilidades cuantitativas y cualitativas, todo esto con base en las predicciones especializadas sobre lo que se estima que ocurra en el entorno de negocios.

Estos ejercicios de planeación estratégica solían hacerse para períodos de tiempo relativamente largos porque la economía, el marco regulatorio y las expectativas de los consumidores no cambiaban demasiado. Recuerdo las épocas en que la estrategia se definía quinquenalmente y cada año el ejercicio se limitaba a ajustar los planes de negocios de acuerdo con los pronósticos cambiarios y de inflación, que eran los dos elementos de mayor impacto para los resultados. Pero el mundo ha cambiado y evoluciona a velocidades sin precedentes, lo cual obliga a los comités directivos a revisar (no necesariamente a modificar) su planeación estratégica con mayor frecuencia, lo cual requiere no solo de una evaluación permanente del ambiente en el que se desarrollan las actividades empresariales, sino de buenas dosis de adaptabilidad, pensamiento estratégico y capacidades transformacionales, todo ello sumado a  la responsabilidad primordial de ejecución y obtención de resultados.

Las nuevas exigencias, además de acortar el intervalo de revisión y ajuste de la estrategia, obligan a establecer mecanismos eficaces para alimentarla y adecuarla oportunamente a los desafíos del entorno. Por esto, la estrategia deliberada, aquella que identifica las acciones requeridas para conseguir los resultados, debe nutrirse de la estrategia emergente ─proveniente del conocimiento y la experiencia de las personas─ dándole flexibilidad, promoviendo la innovación y aumentando la capacidad adaptativa de la organización. Para que la confluencia de la estrategia deliberada y la estrategia emergente produzca efectos, es necesario desarrollar agilidad estratégica, que es, según la definición ofrecida por el doctor Timothy R. Clark, la capacidad para adaptar la estrategia en tiempo real, en el contexto de un entorno dinámico. Esto implica canalizar la estrategia emergente, a menudo difusa, mediante un modelo estructurado que lleve a la generación de valor sin sacrificar la estrategia deliberada.

En los momentos que vivimos, resulta imperioso para las empresas revisar sus planes estratégicos con el fin de garantizar su alineación con una realidad cargada de incertidumbre y rica en desafíos. No es el momento de bajar la guardia, procrastinar o disminuir el ritmo, porque tales actitudes, intencionales o involuntarias, pueden resultar muy costosas para la sustentabilidad y la continuidad del negocio en el mediano plazo. No olvidemos que, si no resolvemos los problemas de manera proactiva, eventualmente nos veremos forzados a solucionarlos reactivamente.

Aunque sea una obviedad, no sobra mencionar el papel fundamental que juega el talento en el ejercicio necesario de ajustar la estrategia, pues es el mayor y más importante diferenciador con que cuentan las empresas y por lo tanto hay que protegerlo a través de una cultura organizacional sólida, en la que prime la seguridad psicológica. Sólo así se logrará potencializar los aportes de los individuos.

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