Por: Hector Francisco Torres – Gerente LHH Colombia
La transmisión del saber siempre ha sido una obsesión de la humanidad, pues de ella depende no solamente la continuidad del conocimiento sino su perfeccionamiento y actualización. Desde la antigüedad hasta finales del siglo XVIII, el modelo más común estaba fundamentado en la relación de un maestro y su aprendiz, a través del cual el primero, usualmente un artesano hábil y experimentado, enseñaba al segundo los secretos de su ocupación para convertirlo a su vez, en un nuevo preceptor que continuara con la actividad, la mejorara y la enseñara a otros jóvenes interesados en el oficio.
Como consecuencia de la revolución industrial nació la necesidad de ampliar el concepto tradicional del aprendizaje individual, con el propósito de adiestrar a grupos más numerosos de trabajadores sobre los procesos propios de cada industria, y de esa forma asegurar la productividad de las nacientes empresas. Hasta las últimas décadas del siglo pasado, el entrenamiento corporativo se concentró en la formación técnica. Los empleados asistían a cursos y talleres para aprender habilidades específicas relacionadas con su actividad productiva, con el único objetivo de mejorar el desempeño individual, que se impartían con el método de las clases magistrales, involucrando en pocas ocasiones la práctica en el puesto de trabajo. La mayoría de los programas de capacitación se llevaban a cabo en salones de reuniones similares a las aulas escolares, donde los educandos asistían a sesiones impartidas por instructores que se apoyaban en presentaciones y materiales de lectura, con poca interacción con los participantes.


Con el paso de los años, los avances tecnológicos y la globalización, las áreas de capacitación de las empresas comenzaron a preocuparse por ofrecer experiencias más personalizadas e interactivas, pasando de los cursos masivos de talla única a los programas centrados en las personas, que ayudan a los individuos a desarrollar otros atributos como la comunicación, el trabajo en equipo y la resolución de conflictos, con el fin de habilitarlos para interactuar de manera más armónica en los entornos de trabajo inciertos y cambiantes. Esta nueva concepción de la formación corporativa, que incorpora las habilidades comúnmente conocidas como blandas, hizo evidente que el desempeño no depende solamente del conocimiento, sino que tiene otras facetas igualmente relevantes. La personalidad, las pasiones, los valores y el potencial de cada uno comenzaron a ser vistos de manera más integral, entendiendo que el desarrollo de los talentos potencializa los resultados en el presente, fomenta el desempeño futuro, ayuda a mantener la competitividad y fideliza el talento en épocas en que su consecución es cada vez más difícil.


La tecnología también ha desempeñado un papel importante en la evolución del entrenamiento corporativo. Las empresas además de contar ahora con la disponibilidad de simuladores de negocios e incluso con realidad virtual para crear experiencias de capacitación más interactivas y personalizadas, pueden apoyarse en herramientas de evaluación y análisis de datos que permiten a los empleados identificar sus fortalezas y sus oportunidades de desarrollo para luego trabajar en ellas de manera personalizada.
Después de la pandemia, el mundo del trabajo enfrenta una emergencia de upskilling y reskilling. Esto hace que las organizaciones deban abordar de manera urgente el desarrollo de las habilidades y competencias que le permitan a sus empleados estar preparados para enfrentar con éxito los desafíos actuales y futuros del negocio.